Pese a llevar toda mi vida visitando Asturias, al menos, una vez al año, nunca había estado en el Parque Natural de Redes y ahora me pregunto cómo he podido vivir todos estos años sin conocer este tesoro en el corazón de ese paraíso natural que es Asturias.
El Parque Natural de Redes, situado en la Cordillera Cantábrica, fue declarado reserva de la biosfera por la UNESCO y esconde unos paisajes espectaculares. Nosotros lo visitamos en otoño y lo que vimos nos enamoró.
Día 1:
Salimos de Madrid sobre las diez y media de la mañana y llegamos a comer a Pola de Lena, un municipio de la provincia de Asturias, a unos quince minutos de la frontera con León.
Después de comer, seguimos ruta hasta Soto de Agues, un pequeño pueblecito en el concejo de Sobrescobio, en pleno Parque Natural de Redes, en el que encontramos multitud de hórreos, que son construcciones típicas de la zona que se utilizaban como granero.

Lo primero que hacemos es dejar las maletas en el hotel. Nos alojamos en un hotel con pocas habitaciones y un bar en la parte de abajo, que ocupa una antigua casa de piedra, completamente reformada.

Como todavía nos queda tarde por delante, decidimos acercarnos con el coche hasta Campo de Caso, un pueblo de apenas cuatrocientos habitantes. Pocas semanas antes de nuestra visita, se había emitido un programa de Jesús Calleja (Volando voy) rodado en el Parque Natural de Redes.
Calleja y su equipo se habían alojado en un hotel de Campo de Caso a las afueras del pueblo que tiene su propia quesería. Allí elaboran un queso típico de la zona: el queso Casín.
Dando un paseo por una senda que une Campo de Caso con el pueblo de al lado, llegamos hasta la quesería, donde nos recibe Marigel, su encantadora dueña, que nos confiesa estar un tanto abrumada por las visitas que está recibiendo tras la emisión del programa. Allí, por supuesto, nos hacemos con varios quesos, para nosotros y para regalar.
Después, tomamos algo en uno de los pocos bares que hay abiertos y volvemos a Soto de Agues. Cenamos en el bar El Llavaderu del Alba, un bar muy chiquitín, donde damos buena cuenta a una tabla de embutidos enorme y exquisita. Rocío, la dueña, nos trata fenomenal y pasamos un rato muy agradable charlando con ella. Si vais por allí, no dudéis en recalar en su bar.
Se acaba el día y nos vamos a dormir, que al día siguiente vamos a necesitar fuerza en las piernas.
Día 2:
Nos levantamos temprano y disfrutamos un rato de las maravillosas vistas que tenemos desde el balcón de la habitación. El paisaje que se abre ante nuestros ojos es espectacular. Yo, que siempre he sido muy urbanita, estoy fascinada. ¡Qué bien sientan esos días de naturaleza y desconexión!
Después de desayunar, nos dirigimos al parking público del pueblo, desde el que parte la denominada Ruta del Alba, una de las múltiples rutas que se pueden realizar en el parque natural y que nos permitirá adentrarnos en el seno de este asombroso paraje. Ida y vuelta son catorce kilómetros y se tarda unas cuatro horas en completarla. La mayor parte del camino está asfaltada; de hecho, nos cruzamos con bastantes personas que van, simplemente, a dar un tranquilo paseo. El último tramo de la ida (y, por tanto, el primero de la vuelta) se torna más agreste, pero con unas buenas botas de montaña se puede hacer sin problema alguno. Al llegar al final del camino de ida, encontramos un pequeño merendero donde descansar unos minutos.

El paisaje con los colores del otoño y el sonido del agua del río del Alba, que nos acompañan durante el camino, nos dejan sin palabras. Caminamos tranquilos, disfrutando de las vistas y aprovechando para hacer algunas fotos, aunque, a decir verdad, no recogen la belleza del lugar.
Terminamos la ruta cansados, pero absolutamente fascinados. Ahora toca reponer fuerzas y para ello comemos en el albergue de Soto de Agues el menú del día. Exquisito y por solo nueve euros. Sin duda, Asturias es un paraíso para los amantes de la gastronomía.
Descansamos un rato en el hotel y, después, subimos con el coche a Lavines, un pueblecito a tres kilómetros. Está prácticamente vacío, pero nos sorprenden varios perros que apenas nos dejan ver dos o tres calles. Aun así, merece la pena la subida por las vistas que tenemos del valle desde la carretera.

Decidimos acercarnos hasta Pola de Laviana, un municipio de unos nueve mil habitantes. Damos un paseo por el centro y entramos en calor con un café en El Cafetón. De ahí, volvemos a Soto de Agues y picamos algo en el bar del hotel.
Se acaba nuestra visita a este paraje al que, sin duda, volveremos no tardando mucho. A la mañana siguiente emprendemos el viaje de vuelta, parando en Moreda de Aller para disfrutar de la fiesta de su patrón, San Martín. Pero eso merece otra crónica.
¡Muy buen artículo!